Los precedentes del actual Colegio de Farmacéuticos se remontan a la Edad Media. En Sevilla existía la Congregación de Boticarios reunidos bajo la advocación de San Cosme y San Damián, vinculado inicialmente a la hermandad y hospital de Santa María de los Caballeros y Santiago, ubicada en la antigua calle de Los Boticarios, que corresponde a la actual Palacios Malaver.
El momento del nacimiento de la Congregación de Boticarios de San Cosme y San Damián es desconocido. Probablemente surgiera en la Baja Edad Media en un intento de defensa de intereses y de mutua ayuda en un contexto religioso. Tradicionalmente el oficio de boticario y posteriormente el de farmacéutico se hallaba bajo un manto de religiosidad y fervor. Ello puede deberse a su principal función: la elaboración y dispensación de medicamentos para la curación de enfermedades. En ese anhelo existe una esperanza de logro, una fe y confianza en lograr el objetivo.
A finales del siglo XVI, el Cabildo de la ciudad de Sevilla, a tenor de los informes negativos de los visitadores médicos de boticas decide, por vez primera en la ciudad, elaborar unas Ordenanzas estrictamente dirigidas a los boticarios. Fueron aprobadas el 1 de marzo de 1591. Podemos dividir su contenido en 3 grupos de requisitos:
Un primer grupo se refiere a los requisitos académicos: Debía tener la carta de examen, algo -similar al título de licenciado-, tener cumplido los 25 años y 6 años de experiencia.
En segundo lugar, el requisito económico de acreditar la posesión de más de 500 ducados. Dicha cantidad era suficiente para comprar las drogas de calidad para elaborar los medicamentos.
Por último, debía ser fiel, legal, de confianza y de buena vida y fama. Debía tener la condición de cristiano viejo y de limpia generación.
El 12 de abril de 1625, se fundó el Colegio de Boticarios de San José, vinculado al hospital de Las Bubas, verdadero antecedente de la corporación farmacéutica sevillana. De ordenanzas posteriores se deduce que el Colegio tomaba el nombre de San José porque los boticarios eran hermanos de la Hermandad del Gloriosísimo Patriarca San José.
La admisión de colegiados se realizaba previo juramento de defensa del misterio de la Concepción así como dar las limosnas oportunas. Se pagaban 50 reales de entrada y otros 50 reales de anualidad. Como contrapartida, el Colegio acudía en auxilio del boticario y costeaba su funeral. El buen quehacer colegial en defensa de la profesión y beneficio sanitario le granjeó diversos privilegios y títulos.
En noviembre de 1698 fue otorgado por Carlos II el privilegio de nobleza o Real a cambio del pago de 1.500 maravedíes cada 15 años.
Durante este periodo se mantienen en vigor las ordenanzas farmacéuticas que regularían la profesión desde 1744 hasta el siglo XIX. Son las denominadas Ordenanzas del Colegio de Boticarios de Sevilla.
El texto constaba de 41 capítulos, aunque tres son los más significativos: uno el relativo a una estructura bien diseñada de gobierno, el segundo referente a derechos y obligaciones y en tercer lugar el de limitación del número de boticas.
Las Ordenanzas obligaban a todos los boticarios a colegiarse para poder tener una botica. El farmacéutico aspirante a colegial debía solicitar una licencia a los Oficiales. Una vez obtenida ésta debía presentar una petición en la que citaba su lugar de nacimiento, el de residencia y los de sus familiares. Junto a esta solicitud presentaba su título de aprobación del Real Protomedicato y un certificado de limpieza de sangre y buena conducta.
Por esta norma fue regulada la organización farmacéutica sevillana durante un siglo, de la que existe un vacío documental importante.
En virtud de un Real Decreto publicado en 1916, que establecía la colegiación obligatoria para boticarios, nacía en dicho año el Real e Ilustre Colegio Oficial de Farmacéuticos de la provincia de Sevilla
El primer presidente oficial fue Don Julio Arráns Díaz en 1916. No es hasta diciembre de 1917, por Real Orden del Ministerio de la Gobernación, cuando se establecen unos Estatutos Obligatorios de los Colegios Farmacéuticos, incluyendo la inscripción obligatoria para ejercer la profesión. Como objetivo de la colegiación se señalaba el mejoramiento profesional y el mutuo apoyo de la clase farmacéutica.
Durante esta primera etapa del siglo XX se muestra una significativa actividad colegial y la participación de los miembros de la Junta Directiva del Colegio de Farmacéuticos de Sevilla en todos los problemas que acechaban a la Farmacia y lucha por aquellos conflictos que ensuciaban el buen nombre de los colegiados, del colegio o de la profesión tras un azaroso siglo XIX.