Narra la fábula ‘El Flautista de Hamelín’, documentada por los Hermanos Grimm, la extraña historia de un flautista capaz de atraer a todos los seres que viven bajo el sol mediante un encanto secreto: con solo tocar una determinada música con su flauta mágica todos le seguían. Una vez son las ratas, y otra los niños del pueblo donde transcurre la historia relatada. La clave está en la música y, sin conocer porqué ha comenzado a sonar ni adónde son dirigidos, la siguen extasiados.
Lo descrito en la fábula como algo excepcional sucede a diario en los tiempos actuales. Y más aún desde la aparición de las redes sociales en las que proliferan a miles nuevos flautistas de Hamelín… y del universo. Bulos, tratamientos informativos claramente desiguales, medias verdades, opiniones tergiversadas, titulares tendenciosos, primicias sin fundamento, conclusiones sorprendentes… son puestas en circulación con una «letra y música» que gusta a profesionales de la difamación, a enredadores, a frívolos, a aburridos y a quienes estén dispuestos a seguirlas, mientras no tengan otra cosa mejor que hacer, o precisamente porque es lo que más les entretiene o interesa.
La clave, y la diferencia, radica en que en la fábula era el flautista quien tocaba y algunos le seguían extasiados y nada más, y ahora, en cambio, el flautista toca y algunos le siguen también extasiados, pero tocando otros instrumentos que engrandecen la música inicial formando una auténtica orquesta, o quizás sería mejor decir una charanga por el estruendo que producen, lo llamativo que son y el eco que alcanzan en algunas ocasiones.
Ejemplos hay muchísimos y en todos los ámbitos, como podemos evidenciar con solo observar a nuestro alrededor. Noticias sin fundamento, hechos y sucesos menores, nimiedades exageradas, son convertidos en auténticos acontecimientos sociales por los músicos de turno: los profesionales de la manipulación o la difamación o cualquier ciudadano aficionado a hacerse eco de todo aquello que le parezca simpático.
Desde la proliferación de las redes sociales, como decía, los mecanismos han cambiado y se han facilitado mucho. Recibimos a diario decenas de correos, mensajes de Whatsapp, de Twitter, de Facebook,… muchos de ellos con noticias sin contrastar, cuando no inventadas, que maquinalmente reenviamos a nuestros contactos y éstos a los suyos, hasta convertirlos en «virales».
¿Por qué actuamos así? ¿por qué nos hacemos eco de todos los chismes, «memes», dimes y diretes que nos llegan, sin pararnos a pensar qué objetivos pretende quien los pone en circulación –que equivale al flautista de Hamelín en la fábula- o a quiénes beneficia o perjudica lo que reenviamos? Me preocupa enormemente que actuemos maquinalmente, sin pararnos a reflexionar porqué o para qué lo hacemos, y sin que aparentemente nos importe el daño que nuestros actos, ingenuos o espontáneos a veces, conscientes y malintencionados otras, puede ocasionarle a determinadas personas o instituciones, «señaladas por las notas musicales» de quienes comienzan la partitura y de quienes la tocan posteriormente. Me preocupa, y me horroriza, que nuestros actos, sean voluntarios o instintivos, nos conviertan en cómplices del linchamiento civil de determinadas personas o instituciones señaladas por la música de cualquier flautista.
El mundo se está saturando de noticias falsas e interesadas, que quebrantan la normal convivencia, encumbrando o hundiendo a determinadas personas en función de unos intereses a veces desconocidos o inconfesables. Lo que hasta hace poco era patrimonio exclusivo de lo más abyecto de la sociedad o de la política, donde determinados fines justificaban cualquier medio, está hoy enraizado de tal manera en la sociedad que va socavando la fama y el honor de personas e instituciones, sin fundamento y sin que se conozcan los motivos reales de tales ataques. Y lo que es peor, sin límite de edad, incluso desde la propia escuela de primaria o secundaria.
Tenemos muchísimas cosas que corregir. La libertad es un bien preciado, que todos tenemos la obligación de defender, por el que muchos han dado incluso la vida. Sobrepasar sus límites conduce a situaciones indeseadas, porque las fronteras de la libertad de cada uno las establecen las libertades de los otros, como nos enseñaron. Y de eso se trata, de enseñar, de educación, de respeto, de comportamientos sociales dentro de la moral o de la ética, según cada cual. Sólo así tendremos la formación suficiente para decidir con capacidad si formamos parte de la charanga o no; si dejamos que el flautista se vaya solo o si lo acompañamos a no se sabe dónde.
En la versión clásica de la fábula el flautista de Hamelín cumple su cometido eliminando las ratas y devolviendo a los niños sanos y salvos, una vez respetada por el pueblo su parte del trato. En la versión actual todo es más plural: hay muchos más flautistas que cumplen sus objetivos, y que son seguidos por quienes alegres y contentos conforman la charanga de turno.
El daño ocasionado es, a veces, enorme e irreversible, y sus consecuencias imprevisibles. Partamos de la base de que la libertad de expresión debe tener pocos límites, pero ¿qué ha de suceder para que cesen estas actitudes y actuaciones y seamos serios y objetivos en nuestras manifestaciones?