Recuerdo de pequeño en el campo a mi padre, sesteando bajo la sombra de la gran encina que había, y sigue habiendo, en el patio de nuestra casa. Su sombra tenía, y conserva aún, una gran atracción, así como la hamaca que, junto al tronco, colocaba mi padre todos los días del estío para pasar las horas de la siesta, “al fresco”.
A pesar del tiempo transcurrido desde aquellos veranos de los sesenta, pocas cosas han cambiado en ese extraordinario lugar que los Pérez de Osuna seguimos considerando nuestro paraíso particular. Raro es el día que, como entonces, no acompañamos el almuerzo con un vaso de gazpacho cuyos ingredientes siguen siendo los mismos, aunque no la forma de hacerlo; la maja, el dornillo y la túrmix de antaño han sido sustituidos por la indispensable termomix de hogaño, pero poco más. Raro es también el día que, como entonces a mi padre, la digestión del típico plato no nos perturba la hora sagrada española por excelencia.
Recuerdo, de pequeño en el campo, a mi padre levantándose de su hamaca, dirigirse a la cocina y verter sobre su mano unos polvos blancos -que a mí me supieron malísimo cuando a escondidas lo imitaba- que volcaba directamente a su boca y tragaba con un pequeño sorbo de agua, para volver seguidamente a la sombra de la encina. “Papá, ¿qué es eso?, pregunté la primera vez que lo vi. “Bicarbonato”, me contestó. “Bicarbonato, que tengo una digestión…”.
Posteriormente, y con la misma indicación, fueron apareciendo por nuestra casa las pastillas Roter –color y sabor ladrillo- las Digestinas súper sabor menta, más agradables de tomar, los Secrepat de menta o de anís –con el que me inicié en el prodigioso mundo de los antiácidos,  pues tras varios años de internado mi estómago se resintió para siempre-, el famoso Winton, el Pepsamar, el Almax,…; éstos ya acompañados de cimetidina, ranitidina, omeprazol y demás medicamentos que, como novedades terapéuticas, fueron apareciendo en el vademécum español.
Tras asistir días pasados en Sevilla a un desayuno-coloquio organizado por el grupo periodístico Joly, caí en la cuenta de que el bicarbonato inicial y los medicamentos posteriores no eran más que alternativas terapéuticas que los médicos, según su saber y la libertad de prescripción de la que gozaban profesionalmente, elegían del mencionado vademécum español de medicamentos para tratar algunos problemas de estómago.
Que lo entienda un servidor no representa ningún problema. La complicación surge cuando hay quienes entienden y, sobre todo, pretenden resolver con ellos los problemas terapéuticos y financieros de la sanidad española.
En vez de tanto investigar nuevas moléculas que mejoraran la actividad terapéutica, corrigieran los efectos secundarios o simplificaran las pautas posológicas; en vez de tanto realizar concienzudos estudios para demostrar que un medicamento de marca y su genérico podían utilizarse indistintamente, e incluso que había que potenciar la utilización de estos para igualar nuestras estadísticas de consumo a las europeas; en vez de tantos ensayos sobre biodisponibilidad, biosimilitud y bioequivalencia…, alguien había caído en la cuenta de que lo moderno y actual era la utilización de las alternativas terapéuticas existentes.
Se les ha denominado ATEs, Alternativas Terapéuticas Equivalentes, al tratarse de medicamentos diferentes, con diferente estructura química, pero de los que se esperan unos efectos terapéuticos y unos perfiles de efectos adversos similares cuando se administran a un paciente dosis similares.
Como “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, más todavía que en tiempos de D. Hilarión en La Verbena de la Paloma, dentro de poco podemos estar hablando de ATPs (Alternativas Terapéuticas Posibles) o, por qué no, de ATPSs (Alternativas Terapéuticas Porque Sí). De esta manera, pasaremos del esomeprazol a las Digestinas, al Roter y al bicarbonato sin ningún rubor, porque al fin y al cabo, si la receta del agente productor (gazpacho) no ha cambiado, ni los síntomas tampoco, a ver por qué va a tener que cambiar el tratamiento. ¿Por la libertad de prescripción de los médicos?. Venga, venga,… “que tengo una digestión…”.