Recientemente se ha celebrado el Foro de Davos, que he seguido con interés con el objetivo de aprender algo y de otear el horizonte para ver «qué nos deparará el futuro», aunque quizás sería más exacto escribir «qué pretenden que nos depare el futuro».
He observado, y leído en varios medios de comunicación, la preocupación con la que el presidente de El Corte Inglés ha alertado del desafío que supone para el sector de la distribución la competencia en desigualdad de condiciones con gigantes online como Amazon. Además, ha defendido la necesidad de unir fuerzas en el sector de la distribución europeo y concienciar a los gobiernos de la Unión del problema que se cierne sobre esta industria -que es una fuerte generadora de empleo y gran contribuyente fiscal– si no puede competir en igualdad de condiciones.
Informan los noticieros que uno de los argumentos empleados en su defensa es que la aportación a Hacienda y a la Seguridad Social de Amazon es incomparable con la de El Corte Inglés y no está sujeto a reglas de horarios y de otro tipo que sí debe respetar la empresa fundada por D. Ramón Areces; que, a diferencia de Amazon, El Corte Inglés mantiene una plantilla directa de cerca de 100.000 trabajadores y que genera negocio por valor del 2,5% del PIB. Con ello reivindica, y aspira conseguir, un terreno y unas reglas de juego igual para todos.
En paralelo, se está produciendo una ofensiva general del sector: la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución (ANGED) ha defendido un nuevo marco normativo para competir con los grandes operadores online, que no están sujetas a limitaciones  como las suyas.
Evidentemente, como no puede ser de otra forma, me desagrada y me preocupa muchísimo la irrupción de esos monstruos del comercio mundial, que son capaces de ponernos a todos bocabajo y de cambiar el escenario económico de un año para otro, contra los que muy difícil luchar y, más aún, vencer. Sobre todo porque actúan creando necesidades, cambiando la mentalidad, los hábitos de la sociedad y la forma de adquirir los productos por parte de los consumidores; además de las leyes del comercio. Justamente lo que nos ha acontecido a los Farmacéuticos en los últimos veinticinco años. ¿O ya nadie se acuerda de la presión por la libertad de horarios, del porqué de la salida de determinados productos de las Farmacias españolas y de la brutal competencia que supuso su utilización como gancho para conseguir la derivación de las ventas a su canal? ¿Nadie pensó, entonces, que los Farmacéuticos generamos siempre empleo de calidad, que contribuimos a Hacienda en el IRPF (no en el Impuesto de Sociedades), y a la Seguridad Social como autónomos y por nuestros colaboradores profesionales? ¿Nadie evaluó los destrozos que su ansia comercial sin límites ha provocado y sigue provocando en la Asistencia Sanitaria que la Farmacia presta en cualquier lugar de España? ¿Nadie percibió que gracias al valor añadido de la Farmacia el aspecto sanitario prima sobre el comercial? Nada de eso importaba entonces; todo se justificaba por la bajada de precios que se iba a producir con el aumento de la competencia.
Menos mal que se han conseguido eludir hasta este momento los intentos liberalizadores de determinados gobernantes que, un día sí y otro también, soñaban con resolver todos los problemas de nuestro país liberalizando la instalación de Farmacias y cambiando el régimen de propiedad-titularidad. Menos mal que la Administración ha actuado con responsabilidad protegiendo aquello que es merecedor de protección en beneficio de los ciudadanos.
En este gran océano comercial que las leyes han permitido, en el mundo globalizado en que nos encontramos, el pez chico tiene todas las de perder porque siempre va a ser devorado por el grande. El problema surge y se acrecienta cuando se rompe el equilibrio, cuando el que debe regir la pecera permite que eso ocurra indiscriminadamente y, además, facilita la entrada de peces cada vez más grandes.
El comercio (el trueque de unos productos por otros, o por dinero desde su invención) ha sido uno de los principales dinamizadores de las civilizaciones habidas, y lo seguirá siendo mientras el hombre siga siendo hombre. Con los Fenicios el comercio cambió y se expandió por todo el mundo conocido, y la demanda y la sed de expansión fue abriendo posteriormente rutas nuevas (‘Ruta de la Seda’, ‘Ruta de las Especias’, Descubrimiento de América,…). A día de hoy ocurre exactamente lo mismo, pero por otros medios, los actuales, entre los que el comercio electrónico desempeña un papel crucial. La única limitación, y no insalvable porque se está en eso, es la llamada «última milla», o sea, llegar hasta el domicilio del consumidor sin un excesivo coste adicional.
El análisis de situación considera muy seriamente la influencia que el «dumping social» tiene en el escenario actual, así como su proyección de futuro. Evidentemente, la llegada de grandes operadores que disminuyen costes aprovechando al límite las nuevas reglas fiscales y de contratación, o produciendo en mercados de origen donde las condiciones laborales son menores a las de los mercados de destino, posibilitan una competencia en precio imposible de igualar. Nadie puede ganar, o simplemente mantener, cuota de mercado compitiendo en precio con quienes producen mucho más barato gracias al ahorro que les supone los bajos gastos en mano de obra, o los incentivos directos o indirectos de que gozan.
La única posibilidad que queda, ya que no se puede apelar al precio, es competir en calidad y servicio. La cuestión es si esos factores -calidad y servicio- importan realmente a un consumidor al que han modificado la mentalidad y los hábitos de consumo, y al que en la mayoría de las ocasiones sólo le importa el valor en metálico del producto.
Las actuales grandes empresas de distribución han sido los reyes del mambo… hasta la irrupción de Amazon; han ganado todo el mercado que las circunstancias les han permitido y, hasta hace dos días, sólo miraban para detrás para ver cuánto mercado habían ganado y quiénes era capaces de seguirles. Ahora, con motivo del Foro de Davos, se han puesto de manifiesto sus preocupaciones -que, casualmente, son similares a las nuestras cuando eran ellos los que irrumpían con sus propuestas liberalizadoras y sus ventajas económicas-. A partir de ahora nadie va a dormir tranquilo, ni siquiera el preocupante Amazon, porque en el horizonte se atisba la llegada del pez más grande y voraz de todos: Alibaba.
Lo dicho, el pez grande se come al chico.